El Prefecto de la Doctrina de la Fe ha pedido un diálogo profundo con toda la sociedad para considerar lo que está en juego, algo que por desgracia parece escondido a los ojos de buena parte de nuestros conciudadanos. No creo que se trate en primer lugar de dialogar con Bibiana y sus compañeros, sencillamente porque no quieren. Se trata de un diálogo a todo lo largo y ancho de nuestra convivencia, empezando por la familia, la escuela, los medios de comunicación, los lugares de ocio… Un diálogo que saque a la luz las razones por las que toda vida debe ser protegida aunque cause inconvenientes y zozobras; las razones para vivir y sufrir, para amar y compartir. Es eso lo que en buena medida hemos perdido, y por eso nos anega este mar de confusión.Sin este trabajo de fondo, paciente y a veces poco lucido, a la larga será inútil la movilización social contra este nuevo proyecto, por esforzada y valerosa que sea. Tengamos claro desde ahora que para afrontar este gran desafío no sirve cualquier respuesta por bienintencionada que sea. Las raíces de este mal son muy profundas y tocan el corazón de las personas concretas, además de haberse enroscado en los centros de poder cultural, mediático y político. Los cristianos nos introducimos cada vez más en una época similar a la de aquel Imperio romano en el que la fe abría la razón y generaba una novedad humana que sólo con mucho tiempo y una paciente educación logró empezar a cambiar las cosas. No pensemos que con nosotros será distinto. Hará falta tiempo, pero sobre todo una razón iluminada por la fe, un testimonio sostenido por la comunidad, una experiencia que recupere cada día el sentido de la vida en medio de un mundo desorientado y violento.
Viñeta | Montoro
Texto | José L. Restán